Ayer estaba viendo por internet la segunda jornada del PGA Championship 2018 en Bellerive, siguiendo el partido de Jon Rahm, Justin Rose y Jordan Spieth. ¡Casi nada!

En el hoyo 17, un par 5, salida de Jon de tropecientas yardas al rough de la izquierda. Sus compañeros de partido juegan su segundo golpe y cuando tocaba el turno de Jon, éste llama a un árbitro, conversan durante unos minutos y finalmente dropa una bola. ¿había una zona con agua? ¿bola empotrada y regla local que permite dropar? En el siguiente golpe, un approach a Green, la televisión anuncia 4º golpe, lo que significaba que el dropaje fue con penalidad.

Entonces, ¿qué pasó? Pues que el rough era alto y Jon Rahm caminando hacia su bola, que pensaba que  estaba más larga, sintió que la tocó accidentalmente con su zapato. Nadie, ni su caddie, ni sus compañeros de partido, ni un espectador, ni siquiera las cámaras lo vieron pero él decidió llamar al árbitro, explicarle lo sucedido y la decisión era evidente. Golpe de penalidad y como no se sabía si había, o no, movido la bola, el correspondiente dropaje.

Acostumbrado a ver en otros deportes simulaciones, acciones antideportivas, engaños al árbitro, faltas de respeto al contrario, etc. sucesos como éste te hacen sentir que tu juego favorito está muy por encima en valores éticos de otros muchos.

Yo que suelo ser bastante crítico con los modales y enfados habituales de Jon en otras ocasiones, no puedo más que felicitarle esta vez y mostrarle toda mi admiración. Ya sé que su swing o su juego corto no voy a poder imitarlo en los campos, pero espero que la próxima vez que me encuentre en una situación similar pueda ser igual de honesto con el juego y mis compañeros como ayer lo fue Jon.

Por cierto, embocó un putt de dos metros para salvar el par en ese hoyo y acabó con -5 y entre los diez primeros. O sea que os dejo porque voy a engancharme de nuevo a la tele para ver la tercera jornada del PGA. Que  además de Jon Rahm están Adrián Otaegui y Rafa Cabrera-Bello.

José Luis García